Mientras existan ciudadanos con un escaso nivel de raciocinio o fácilmente manipulables, habrán sorpresas desagradables – para los de elevado nivel de raciocinio y difícilmente manipulables - en los resultados de los procesos electorales. La gran masa votará por los candidatos más simpáticos y carismáticos, por los que más promesas populistas hicieron, o por los que más atacaron al régimen de turno.
Los políticos expondrán sus brillantes planes de gobierno, resaltando los defectos y desaciertos de los demás, dejando muy claro que ellos jamás cometerían tales aberraciones estando en el poder. La cuestión es simple: ¿quiénes son los que darán la mayoría de votos?... entonces ¿Para qué esforzarse en convencer a esa minoría de ciudadanos coherentes y sensatos, educados e inteligentes; si con mucho menos esfuerzo se puede convencer a la gran mayoría de votantes?
¿Qué pasaría si el valor del voto fuera proporcional al valor de la persona? Por ejemplo, si el peso específico del voto de una señorita desinformada o malinformada y a la vez enamorada de las cejas sensuales del candidato X, fuese de 0.10, harían falta diez de éstas para equiparse al voto de otra señorita bien informada cuyo valor de voto es 1.00, la misma que no votaría por Mister Cejas, a menos – claro está – que este candidato en vez de peinárselas, propusiera planes sensatos y realistas, y tenga el empuje y el respaldo de su honorabilidad, honradez e inteligencia.
Si pudiésemos precisar el valor de voto de cada persona, seguro que los resultados de las elecciones no serían sorpresivos. Asimismo, si los partidos políticos u organizaciones parecidas quisieran obtener más peso en las elecciones, tendrían que instruir y educar más a sus seguidores a fin de que éstos obtengan decorosos valores de voto.
Con esta medida, evidentemente que habría que “soportar” al principio, el triunfo del voto viciado o en blanco. Sin embargo, esto hará reflexionar a los candidatos, y tendrán solamente dos alternativas: o mejoran o claudican.
Posteriormente, cuando ya todos los ciudadanos tengan un valor de voto “alto” (digamos: 1.00), recién se aplicará la democracia.
Los políticos expondrán sus brillantes planes de gobierno, resaltando los defectos y desaciertos de los demás, dejando muy claro que ellos jamás cometerían tales aberraciones estando en el poder. La cuestión es simple: ¿quiénes son los que darán la mayoría de votos?... entonces ¿Para qué esforzarse en convencer a esa minoría de ciudadanos coherentes y sensatos, educados e inteligentes; si con mucho menos esfuerzo se puede convencer a la gran mayoría de votantes?
¿Qué pasaría si el valor del voto fuera proporcional al valor de la persona? Por ejemplo, si el peso específico del voto de una señorita desinformada o malinformada y a la vez enamorada de las cejas sensuales del candidato X, fuese de 0.10, harían falta diez de éstas para equiparse al voto de otra señorita bien informada cuyo valor de voto es 1.00, la misma que no votaría por Mister Cejas, a menos – claro está – que este candidato en vez de peinárselas, propusiera planes sensatos y realistas, y tenga el empuje y el respaldo de su honorabilidad, honradez e inteligencia.
Si pudiésemos precisar el valor de voto de cada persona, seguro que los resultados de las elecciones no serían sorpresivos. Asimismo, si los partidos políticos u organizaciones parecidas quisieran obtener más peso en las elecciones, tendrían que instruir y educar más a sus seguidores a fin de que éstos obtengan decorosos valores de voto.
Con esta medida, evidentemente que habría que “soportar” al principio, el triunfo del voto viciado o en blanco. Sin embargo, esto hará reflexionar a los candidatos, y tendrán solamente dos alternativas: o mejoran o claudican.
Posteriormente, cuando ya todos los ciudadanos tengan un valor de voto “alto” (digamos: 1.00), recién se aplicará la democracia.